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Construir oportunidades

Con la convocatoria abierta del II Certamen Internacional Sopeña de Relatos Cortos y el I Certamen Internacional Sopeña de Marcapáginas, queremos desde este blog rendir un homenaje al relato ganador de la 3ª categoría de la edición anterior, un relato sobre las oportunidades que nos construimos.

Ahora solo nos queda permanecer pendientes de recibir vuestra creatividad en forma de textos y dibujos y composiciones para lograr uno de los suculentos premios con los que están dotados.

En la inauguración de esta cita, en la pasada edición, que solo contemplaba el certamen literario, la Fundación Dolores Sopeña recibió más de 65 relatos de los que, un total de 59, entraron a concurso.

El jurado lo tuvo complicado para decidir entre tantas historias de superación, inspiradas o sucedidas en el devenir diario de nuestros Centros Sopeña en el mundo.

En la 3ª Categoría, la que corresponde a los concursantes a partir de 17 años, el Primer Premio recayó en María Teresa Furest, profesora del Centro Sopeña San Pablo de Sevilla, con su relato “Su nuevo yo”.

Te dejamos por aquí el relato para que vuelvas a disfrutarlo y te sirva de motivación para ponerte a escribir o a dibujar y participar en esta segunda edición.

SU NUEVO YO

“Ni él mismo sabía en ese momento cómo llegó exactamente en una mañana calurosa de septiembre a ese lugar. Pensaba que lo habían arrastrado allí como “teletransportado” por las circunstancias que habían rodeado su vida hasta ese instante. ¿Soy yo realmente? ¿Qué es lo que hago aquí?

Por un segundo dudó en darse la vuelta, huir era lo más sensato, abandonar y conseguir volver a su yo normal, a su yo de siempre, el que conocía y le hacía estar un poco más seguro de sí mismo, pero solo un poco; a su yo sin más, ese yo que vivía por inercia pero que a su vez gravitaba sin dirección exacta, que se dejaba llevar por el tiempo, por su barrio, por sus amigos, por la nada.

Echaba de menos su limitada seguridad de grupo que le había llevado a abandonar todo lo coherente, todo lo que podría ayudarle a poder avanzar, lo que supondría salir de la placita y del banco.

El banco, ese banco en el que tantas horas había estado sentado, apoyado, bebiendo, fumando, ligando, pero también soñando… ese banco que ahora sin saber por qué lo sentía extraño, ya no tenía ganas de seguir más tiempo allí. Lo que observaba desde el banco, ya no le atraía, esa placita, sucia, llena de excrementos y botellas tiradas que antes no le molestaba pues formaba parte del paisaje de su vida; ahora le parecía una caricatura en blanco y negro, un sórdido lugar de engaño, que en su día se tornaba lleno de seguridad, libertad y desenfreno.

Ese banco, no hace tanto su asidero, ahora hierro oxidado y pegajoso en el que ni las botellas derramadas, los cristales rotos, las pintadas en el lateral, ni los cigarros aplastados con sus marcas, podían hacerle sentir mejor.

Al contrario, había llegado el momento de efectuar un cambio, de cambiar su yo, por otro yo mejor. Pero, ¿cómo hacerlo? ¿cómo podría salir de allí? ¿qué dirían sus colegas? ¿cómo dejar ese banco?

Ver pasar el tiempo, quizás fue ese el detonante, la chispa, la gota que colmó el vaso…el tiempo, sí el tiempo. Justo ese día, el día de su decimoséptimo cumpleaños, pensó ¿qué hago yo realmente con mi vida? ¿qué estoy haciendo para sentirme mejor? Nada. En mi casa nada, solo tristezas, mi madre siempre cansada, la pobre me habla, sé que me habla y yo no le digo nunca nada. Y mi padre, ni siquiera recuerdo a mi padre…

Así que solo le quedaba el banco, allí siempre había alguien como él, alguien que anhelaba el consuelo de la espera infinita hacia la nada.

Sí, fue justo en ese instante, cuando iba a contestarle a su compañero de banco que era su cumpleaños, cuando se calló, dio media vuelta y decidió buscar a un vecino que estudiaba en un centro cercano a su casa, era un lugar muy conocido por él, su placita no estaba lejos de allí, pero nunca hasta ese momento se había planteado que iba a ser su salvación, su baluarte, un sitio nuevo para su yo nuevo.

Ya era hora de conocer algo distinto, descubrir otras personas, ampliar el horizonte de su vida, comprender que con algo de esfuerzo podría alcanzar sus pequeñas metas.

Pero dudaba, dudaba tanto de su yo, ese yo ¿le dejaría avanzar?, ¿podría dejarle volver a tomar las riendas de su vida que abandonó hace cinco años, cuando descubrió ese banco…?

¡Tenía tantas cosas a su alrededor que le alejaban de ese nuevo yo! ¡Era tan difícil dejar la comodidad monótona de los largos días infinitos! ¡Era tan difícil no tener ilusión, pero al mismo tiempo tan fácil!

Pero llegó ese día de septiembre, ese día en el que por una puerta entraban muchas personas como él, pero ¿encajaría allí?, ¿estaría a gusto su nuevo yo? o ¿echaría de menos el banco?

Entró, no huyó, le dio a su yo una oportunidad, distinta, única y mágica de superarse. Su ingravidez se transformó en presencia, en paso firme en el nuevo planeta que se abría ante él.

Su yo libre, su yo con ganas de aprender, su yo real, por fin iba a darle una oportunidad de poder formarse y mejorar.

Pero solo había comenzado en un nuevo mundo, aún quedaban dos largos cursos en los que solo con esfuerzo podría conseguir lo que se proponía.

Impedimentos, todos. Su nuevo yo, no quería madrugar y menos estar tantas horas escuchando, trabajando y aprendiendo.

Tampoco ese nuevo yo sabía socializar sin beber o fumar algo antes, por lo que los primeros meses fueron muy complicados, estuvieron llenos de altibajos, pero su nuevo yo no contaba con algo que hasta ahora nunca había conocido, su fuerza interior y, sobre todo, a unas personas que, antes enemigos, ahora estaban siendo su gran apoyo y sin ellas no hubiese podido continuar, habría abandonado.

Ellos, sus profesores, ahora maestros de cuerpo y alma, no solo le escuchaban con paciencia, le animaban a diario y le ayudaban siempre, porque siempre estaban para él. Había descubierto un lugar donde se trabajaba por vocación y en donde su nuevo yo se impregnaba de valores que ni sabía que existían.

El tiempo iba pasando e iba absorbiendo el espíritu de superación de su fundadora. Porque su nuevo yo, tenía una nueva familia, la familia Sopeña. Era un yo más seguro de sí mismo, capaz, ¡se alejaba tanto del que antes se sentaba en el banco!

Ni él mismo sabía en ese momento cómo llegó exactamente en una mañana calurosa de septiembre a ese lugar. Pensaba que lo habían arrastrado allí como “teletransportado” por las circunstancias que habían rodeado su vida hasta ese instante. ¿Soy yo realmente? ¿Qué es lo que hago aquí?

Una chica muy agradable se le acercó y le dijo con mucha educación “espere en ese banco por favor”. Se sentó y no se reconocía, miró a su alrededor y apenas veía, se sentía tan bien, era tan diferente ese banco al otro al que había estado pegado tanto tiempo. Suponía un nuevo futuro estar ahí, esa dulce espera, finita espera, como el tren que a su estación llega. Se sentía fuerte, por fin seguro, su yo estaba preparado. Ya no era nuevo, ya era él, eligiendo, decidiendo, sintiendo.

Por fin llegó el día, ese día en el que pudo contestar a sus preguntas, sí soy yo realmente y sé perfectamente lo que hago aquí. Cumplir mi sueño, liberar mi alma, conseguir mi meta, valorar mi esfuerzo. En este lugar voy a llevar a cabo lo que soy, voy a vivir mi vocación y lo haré siguiendo todo lo que me han enseñado, dando todo lo mejor de mí mismo y sobre todo agradeciendo a los que me apoyaron siempre y a mi familia Sopeña que no se puede vivir sin proyectos y que la vida siempre nos da la opción de superarnos.

Qué lejos queda ya su antiguo yo… qué futuro tan brillante se abre a su alrededor. Lo más importante es la constancia y reconocer que nunca es tarde para poder conseguir lo que te propongas.

Por eso, él nunca dejará de dar las gracias a todos los que hicieron posible su evolución, los que sin descanso le alentaron para continuar y fueron los responsables de su yo actual, “su nuevo yo”.