Los alumnos de los Centros de Formación de la Fundación Dolores Sopeña, repartidos por España y por el mundo, destacan la calidez en la acogida, la cercanía y el respeto como los grandes valores de nuestro estilo de Educación.
No es un mal punto de partida. El esfuerzo que estamos realizando desde la Fundación para dotar cualitativa y cuantitativamente a nuestros centros con los equipamientos y el equipo humano -en su mayoría voluntario- más competente también está siendo reconocido.
Sin embargo, los educadores de los Centros Sopeña, más allá de nuestro papel de formadores en tal o cual disciplina, tenemos un compromiso personal y hemos de asumir un papel de liderazgo, máxime cuando se trata de alumnos en muchos casos en situaciones de clara desventaja y de vulnerabilidad.
Nuestro trabajo hemos de concebirlo no como una tarea, sino como una misión. En palabras de Manuel Magdaleno, rector del Colegio del Salvador, de la Compañía de Jesús en Zaragoza, en su ponencia durante el XXX Encuentro de educadores y colaboradores Sopeña celebrado a mediados de septiembre, “cuando realizas una tarea lo importante son los resultados, cuando llevas a cabo una misión, lo importante es el modo de proceder”.
Desde su punto de vista, la educación consta de dos aspectos importantes, tan importantes uno como el otro: educación de las habilidades y educación de las sensibilidades.
Ambas se enfrentan mejor desde el liderazgo, que pasa por un profundo conocimiento de uno mismo, libertad ante presiones ajenas y propias, visión positiva y la búsqueda de la excelencia en todo lo que hagamos.
Y así las funciones de educadores-líderes trazarán el rumbo, crearán equipos, mostrarán caminos, gestionarán los cambios y lograrán los resultados deseados.
Decía Ralph Nader, activista y abogado estadounidense, que “La función del liderazgo es producir más líderes, no más seguidores”.